Al redactar un obituario de León Barriola, no puedo ser neutral. León fue cofundador de esta firma y mi socio durante 36 años. Debo decir, desde el afecto y respeto intelectual inmenso que profeso a León y su obra, que me siento sobre todo un discípulo fiel de León y debo subrayar que se nos ha ido el abogado más brillante de los últimos 25 años en el mapa de la abogacía de negocios.
Nadie como León poseía esa capacidad de integración de los tres conocimientos o sabidurías que cimentan el éxito de los abogados de negocio: La vertiente fiscal, la vertiente corporativa y el olfato procesal, – de alcance canino en el caso de León – de los riesgos potenciales en las operaciones y en los asuntos.
León poseía en gran calibre las virtudes de la inducción, deducción y una fina intuición, como gran observador del entorno que era. León observaba todo silencioso y sagaz. Siempre escuchaba a las personas el tiempo necesario para ponderar correctamente la validez de sus propuestas. Era muy generoso con su tiempo. En el plano humano, escuchaba sin límite, resistía sin límite, correspondía sin límite. Todos esos activos le hacían imbatible y a la vez irreprochable en la discusión y en la confrontación dialéctica.
Como todo sabio, sobrado de experiencia, conocimientos y sabiduría, era humilde. Derrochaba humildad y naturalidad, cualidades nada comunes en un sector donde el abogado acostumbra a ser arrogante, invasivo y poco empático con el contrario y con sus opiniones. Jamás le oí gritar o increpar o vocear.
León poseía una incomparable capacidad de abstracción. Y desde su singular razonamiento cartesiano y demoledor sabía plasmar sus conclusiones de manera científica y al tiempo comprensible y sabía dibujar los riesgos estadísticos. Su genialidad lo convirtió no solo en un gran redactor y negociador o procesalista forense, sino también en el perfecto consejero para ayudar al empresario o describir mapas de riesgos, de impactos colaterales o periféricos.
León era un ingeniero. Por eso no tenía ese hándicap que sufrimos los abogados para entender los contratos de ingeniería, los pleitos de patentes o la transmisión de know-how. Y lógicamente, tampoco tenía la menor dificultad en proponer soluciones numéricas o cláusulas con formulaciones matemáticas que permitían cuantificar operaciones o montos de daños y perjuicios.
Como gran jugador de Bridge que fue, conocía muy bien la psicología y los tiempos de los rivales y solamente empleaba sus armas letales cuando la posición adversaria estaba en situación de debilidad y por tanto de vulnerabilidad transaccional o procesal. Practicaba el duelo dialectico con medida pasión y con infinita elegancia y lo hacía sin crueldad o ensañamiento.
A diferencia de mí mismo, formado en las letras, en las lenguas y en el derecho, con poco sustrato matemático y obsesionado por el texto, León tenía poca obsesión por la forma pero dominaba sus lenguas de trabajo con eficiencia académica. Era claro y comprensible, reiterativo y machacón, es cierto, pero natural y directo.
Su capacidad de trabajo no era humana. Merced a la inagotable comprensión de su esposa Lola, artífice valedora de su éxito desde el silencio elocuente en su hogar, la dedicación horaria de León no será superada fácilmente por jurista europeo alguno. León, con una sensibilidad multifacética más propia de un jurista renacentista que de un jurista global y especializado del milenio transitó con elegancia por todos los territorios del derecho.
Pero no era solo la cantidad de su trabajo y dedicación, sino la calidad del mismo, sobre todo la calidad material y sin fisuras y también su política de puertas abiertas a todos los compañeros y colaboradores para contestar a todas las preguntas, que nunca eran baladíes.
Al ser mi vecino de despacho, han quedado grabadas para siempre, dos sonoridades concurrentes y solapadas, especialmente durante las largas tardes y noches de trabajo:
Su música- Mozart, Bach, Händel o Beethoven, (más sinfonía y piano que voz) – y, al tiempo, la melodía de su dictado pausado con larguísimas frases que, solo una memoria privilegiada, podía sostener en todos sus apartados. Los aires barrocos, cosida por esa voz firme y vascongada, perdurará siempre en mi memoria.
León heredó de su madre, Laura, una exquisita educación británica, extremadamente respetuosa y adornada de una fina ironía que le ahorraron confrontaciones, broncas, disgustos. Su humor e ironía eran británicos pero su corazón y sentimientos eran pura españolidad.
León era un hombre de convicciones religiosas profundas. Durante sus primeros años se esforzó por diluir mi agnosticismo. No lo consiguió, pero impregnó en mí una fe inquebrantable en sus valores y sus principios: la búsqueda de la realidad y la justicia que yo completaba con mi afán por la belleza formal y procedimental.
León era un vasco profundo y un español militante. Vasco en su espíritu analítico y su sentido de la responsabilidad. Sabía prometer y solo prometía lo que cumpliría. Español, porque acrisolaba todas esas virtudes que nos permitirán conservar viva, inalterable su memoria, la memoria de León Barriola.
Me escribía un entrañable amigo y excelso jurista que, si de verdad existe el Juicio Final, él sólo designará como su abogado en ese juicio a León Barriola.
Que en paz descanse.
Lupicinio Rodríguez
Socio Director Lupicinio International Law Firm