Las fake news son desde hace un tiempo una manifestación global con influencia en ámbitos que pueden afectar a las democracias y sus procesos, al igual que a cualquier acontecimiento relevante. No son algo nuevo.
Sin embargo, la diferencia hoy en día estriba en la existencia de las redes sociales que se han convertido en una suerte de altavoz de alcance casi ilimitado que facilita la difusión de la información en cuestión de segundos con un alcance global. Se han convertido en el canal principal para estar informados, fundamentalmente por las generaciones más jóvenes, pero también por un público que corre a todas partes, que consume todo con rapidez e inmediatez, incluida la información, lo que conlleva que se consumen noticias cuyo único filtro y contraste de veracidad lo hace la propia red social (si lo quiere hacer o le interesa hacerlo).
Las fake news están impactando en la sociedad, es un hecho contrastado. Existen ejemplos conocidos por todos como la difusión de noticias falsas durante los comicios americanos de 2016, o durante la campaña del referéndum para decidir sobre el Brexit, que, lanzadas a audiencias ideológicamente afines mediante bots que simulan ser usuarios reales, influyen en las personas. Más recientemente han aparecido vídeos en los que utilizando inteligencia artificial se ha modificado el movimiento de los labios de sus protagonistas para que coincidan con el texto que lee un locutor, así en un vídeo de Donald Trump, este deja entrever que ha ganado las elecciones gracias a los algoritmos, o Marck Zuckerberg, por su parte, “confiesa” que alguien que tenga el control total de los datos robados a miles de millones de personas, sus secretos, sus vidas, controla el futuro. Y como estos podríamos citar muchos ejemplos de vídeos más en los ámbitos de la política, la empresa, las celebrities…
Según publicaba la consultora Gartner en su informe “Predicciones tecnológicas para el 2018”, en 2022 la mayoría de las economías maduras consumirán más información falsa que verdadera.
Muchos autores hablan de la era de la posverdad. El diccionario Oxford la define como la “información o afirmación en la que los datos objetivos tienen menos importancia para el público que las opiniones y emociones que suscita”.
El diccionario de la RAE también ha incluido el término posverdad y lo define como la “distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales”.
Se está apelando a las emociones frente a los hechos. Es necesario apelar a la responsabilidad individual del ciudadano para hacer uso de un espíritu crítico hacia noticias, a veces inverosímiles, que se aceptan sin el menor esfuerzo de pensamiento. La tecnología ha facilitado que cualquier ciudadano se convierta en emisor de información, pero sin la debida formación para ello lo que lleva a difundir noticias sin haber realizado el debido contraste de las mismas, trasladando así unos usuarios a otros la responsabilidad que antes estaba del lado de las empresas y la industria de la comunicación.
Se han realizado estudios que han concluido alertando de las dificultades de los usuarios para identificar y diferenciar las informaciones falsas de las verdaderas. Es necesario actuar desde todos los frentes posibles.
La Comisión Europea ha realizado diferentes acciones a lo largo del año 2018 que tendrán su continuidad en los próximos años. El pasado mes de septiembre hizo público un código de buenas prácticas en relación con la desinformación.
Las principales redes sociales (Facebook, Google, Twitter), así como anunciantes y la industria publicitaria, suscribieron dicho código. Ahora, en el 4º informe de seguimiento presentado el pasado mes de mayo, la Comisión reconoce los avances que se están produciendo con estas compañías en la lucha contra las fake news. También, en diciembre de 2018, hizo público su plan de acción contra la desinformación. Igualmente, entre otras medidas, ha propuesto poner en marcha una red europea independiente de verificadores de información; una plataforma europea segura sobre desinformación que sirva de soporte a la red de verificadores; llevar a cabo acciones para reforzar la alfabetización mediática, animando a verificadores y organizaciones de la sociedad civil a que proporcionen material educativo a escuelas y educadores y a que organicen la Semana Europea de Alfabetización Mediática; o promocionar de sistemas voluntario de identificación electrónica que permitan rastrear e identificar a los proveedores de información para tratar de generar confianza.
La labor de lucha contra las fake news, contra la desinformación, es un reto que debe afrontarse desde diferentes perspectivas de forma colaborativa.
Autores: Lupicinio Rodríguez y Sergio Muñoz